Cada viernes por la noche, en el Ball Centre de la calle Sants en Barcelona, explota un ritual llamado Ecstatic Dance. A veces también se celebra en otros recintos, en distintas latitudes y zonas horarias. Yo tuve el placer, y la buenísima suerte, de iniciarme en la tribu como invitada a una de las sesiones de Arun Ji, un chamán disfrazado de DJ.
De la meditación tranquila al baile desenfrenado
Cuando llegué había un grupo de gente en la puerta, unas quince personas sedientas de baile. Una vez dentro pagué la cuota, acomodé mi bolso en un rincón y me quité los zapatos. Algunos se abrazaban al saludarse; camaradas de la vida y de la pista. Otros, como yo, nos camuflábamos en silencio entre una jungla de extraños.
En punto de las 19:30 se convocó a un círculo en el suelo. Conté con la mirada más de 85 personas. Además de estar descalzos, las únicas normas son el silencio y el respeto. El fin es expresarse sin palabras, sacudirse de los límites y de las ideas; bajar el protagonismo de la mente hacia el cuerpo al son de música mágica.
A una corta meditación guiada por Arun Ji le siguió un calentamiento. Durante la primera media hora la gente bostezaba y estiraba todo, como dándose permiso de soltar cualquier lastre. Desde el piso, los músculos se iban mimetizado con ritmos de la Tierra y del Cosmos. Unos se movían como peces en el arrecife, explorando formas y sensaciones. Otros, como yo, nos desprendíamos lentamente de prejuicios, en especial hacia nosotros mismos.
Una ceremonia para festejar el movimiento y la energía interna
La cadencia fue subiendo junto con los latidos del corazón. Lo que empezó con sutileza se tornó en frenesí, en una ceremonia para festejar el movimiento, la sangre y el alma. Las gotas de sudor resbalaban con las melodías, en remolinos de gozo y liberación pura.
Algunas parejas entrelazaban las caderas con el aire, ondulándose hacia puntos cardinales sin retorno, hacia el centro de la consciencia y del salón. Otros, como yo, danzábamos y saltábamos solos, como cuando éramos niños sin que nadie nos viese. Luego de casi tres horas de baile intenso y expansivo, aunque también suave e interior, las pulsaciones fueron bajando de tono.
Tumbados en el suelo, reflexionando sobre la música y esa libertad de expresión corporal, reconocí una energía que siempre había sido mía. Y es que bailar es despertar. ¿Se necesita coordinación? Definitivamente no. ¿Se necesita experiencia? Para nada. En palabras de Arun Ji, las únicas claves para saber si alguien lo ha hecho bien es que termines despeinado, con algo de sudor, con los pies sucios y una sonrisa en la cara.

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Jimena Guerrero
Sanadora del alma. Acompaño a las personas que desean sentir mayor bienestar y disfrutar más la vida.
Al igual que todos los seres humanos, he pasado por momentos de crisis y sufrimiento. Por fortuna, he tenido la oportunidad de experimentar distintas técnicas, te...